1 de febrero de 2010
Es curioso como es un viaje, un desplazamiento físico, geográfico, con el viento en la cara y los oídos copados por el monótono ronroneo de un motor trabajando, el que me ayuda a ubicarme al principio de la aventura. En esta ocasión ha sido el viaje de Bamako al poblado de Kafara, de nuevo en la moto de Dicko, el que me ha hecho sentirme ya en África.
Por el camino paramos en algún poblado a comprar pan y aprovisionarnos de comida para la gran familia que somos, en esas pocas casas, donde me espera mi embarazada, Denny, y con todo ello, más lo que ya llevábamos, mi mochila, mi bandolera y el macuto de Dicko, seguimos camino. Y sigo sorprendido de la habilidad local para conducir.
“My mama told me, There will be days like this…” voy tarareando sentado atrás en la moto. No es casual que la canción de Van Morrison venga a mi cabeza. Casual como esas otras que uno no sabe ni cómo ni por qué se descubre tarareando, incluso alguna de aquellas que no te gustan, que aborreces y que, sin embargo, la tienes en los labios de forma inconsciente. No es el caso, ésta la he elegido yo, “ mi madre me dijo que habrá días como éste”. La he elegido por que, ya sabes, habrá días como éste.
«when it´s not always rainin’, / cuando no está lloviendo siempre,
there will be days like this / habrá días como este,
when there is no one complainin’, / cuando nadie se queja,
there will be days like this / habrá días como este,
and everything falls into place, / y todo encaja en su sitio,
like the flick of a switch, / como el chasquido de un interruptor,
well, my mama told me, / bien, mi mama me dijo
there will be days like this. / que habrá días como este.»
http://www.artistdirect.com/artist/videos/van-morrison/469988-489800-1
Es que todo fue sobre ruedas desde el principio. El día antes de viajar a Mali la pasé en un Londres de clima helado que, aun en la soleada mañana, tan soleada como puede estarlo esta ciudad en un domingo de invierno, no impedía a la gente salir a la calle, a pasear por Hyde Park. Y yo los miraba ¿Quienes son estos? ¿Son cómo aquellos que dejé ayer en India? ¿Podrían ser cómo esos que me voy a encontrar mañana en Mali?
El sol se pone mientras peregrinos llegados de toda India se zambullen bajo las olas. Es un rito sagrado anaranjado por los últimos rayos de un sol que nació en un mar, cruzó por un océano y muere en otro mar. Unos se hacen fotos, otros venden recuerdos, ellas visten sharis y ellos bigote casi siempre, y hay una cierta sensación de magia en el aire.
Desde una mesa rústica de madera, junto a un gran ventanal, en una cafetería ecologista de moda en Notting Hill, observo a modernas familias jóvenes bajarse de su coche ranchera para pasar la mañana en el parque con su peque; también a bebedores matutinos de cerveza de orejas coloradas haciendo las primeras bromas del día entre codazos, a jóvenes y delgadas mujeres haciendo footing, las galerías y los restaurante para burgueses de clase media-alta se preparan para el domingo, abriendo sus puertas hacia salones decorados bajo filosofía feng shui, y personas-isla paseando arriba y abajo, resguardados tras sus auriculares, apenas mirando de lado al que pasa.
Es hora de parar para comprar vituallas. Casetas fabricadas con restos de chapa y madera, un negro grande, con un palo y un trozo de tela rojo deshilachado, maneja el tráfico y a los peatones bajo el sol en esta parte de la autopista y el viento, mientras, no para de levantar y mover polvo, áspero y seco, que se cuela por todos sitios. “No es un buen día para comprar carne en la calle”, me dice Dicko al parar el motor. Grandes piezas de carne despellejadas cuelgan expuestas. De repente, en un segundo, la moto parada, conmigo en ella, se rodea de niños y jóvenes buscavidas ofreciendo agua, recarga de móvil o extendiendo latas vacías hambrientas de donativos. Soy un ‘tubabu’, un blanquito.
Y en India, En Inglaterra y en Mali, es la foto del deportista local del momento la que abre la primera página de la prensa.
Muchos datos, mucho cambio en poco tiempo, mucho contraste para mi cuerpo.
Y ahí estaba la primera señal, esperándome en el aeropuerto de Bamako. Mi mochila llegó conmigo y me quiñaba un ojo desde el carrusel sin caballitos que es la cinta de equipajes, algo sorprendente teniendo en cuenta los últimos viajes. Luego llegaron más pistas del buen día que nacía: el papeleo de la visa fue rápido y sencillo, el viaje en taxi tranquilo y sin necesidad de regatear, la gente del hotel no me esperaba pero me recordaba con cariño con lo que me abrieron la puerta de una habitación con cama de matrimonio cuyos brazos me abrazaron sin reservas hasta que, en la mañana, me despertó Dicko ofreciéndose para llevarme a Kafara. Espera, antes el desayuno, que ya humea sobre la mesa. Nos fuimos en moto y yo me sentí libre y pleno durante un rato.
Todo encajando en su sitio como el chasquido de un interruptor, pero, ya sabes, mi madre me decía que siempre habrá días como éste.
Y hoy es un día como éste.
Dos noticias me aguardaban al llegar a Kafara agazapadas tras tanta bonanza. Foré, el enfermero del hospital, cuya familia me acogía habitualmente y por quien tome el nombre de Foré Samaké, ha muerto hace un mes. La familia ha optado por marcharse a otro poblado. “Ahora estamos melancólicos”, me ha dicho el Doctor Bissan mientas contemplaba las fotos que les he traído en papel y en las que aparece sonriente con Foré, hombro contra hombro.
La otra noticias es que Denny, mi embarazada, tampoco lo es ya. Tuvo a su bebito, y ésto, junto con el anticipo en el parto de Vinotha, me obliga a replantearme muchas cosas.
El problema no ha sido que el tiempo (el cronológico) sea percibido acá de forma diferente, algo flexible. No es algo que ‘ocurre’ independiente a nosotros, es algo que no ‘pasa’ mientras no ocurre algo. No, el problema ha sido otro. Desde el principio, el médico me avisó de que todas las estimaciones apuntaban a un febrero bien avanzado como el momento del parto pero, y este ‘pero’ es el importante, no se puede saber con exactitud el momento por que las misma futuras madres no llevan cuenta de las faltas ni se preocupan de que al estar embarazadas deban cuidarse. Tener un hijo aquí es un proceso más natural, más animal, más ancestral. Hacen lo que han hecho siempre, hacen lo que sienten. Con estos mimbres y la tecnología local, la fecha del parto es una estimación basada en dilataciones, modificaciones del peso y otras observaciones médicas alejadas de la precisión matemática. Así que tenemos una hembra nacida a los ocho meses y medio, parece ser, pero que se ha adelantado casi dos meses sobre los cálculos del doctor y la matrona. De todas formas es linda, ¿eh? Se llama Awa.
A veces son los hechos, testarudos ellos, los que te obligan a modificar esa realidad que te has fabricado y por la que te riges. Ahora, con Denny y con Vinotha ya madres, quizá el proyecto tenga que evolucionar e incluir, no sólo la gestación, sino al bebé ya nacido. Y puede que sea incluso mejor. Bueno, ya pensaré en ello.
Para eso uso a la fotografía, para aprender a través de ella. Para eso y para recordar, incluyendo a aquellos cercanos que se han marchado. Esta noche recordaré a Foré mirando ese cielo nocturno que él solía ver, negro y punteado de luciérnagas estáticas y silenciosas, galácticas, y le dedicaré una canción de Van Morrison. Luego silencio.
Ojalá, tras días como éste, lleguen de nuevo días como los otros.
MaTT